La magia de las joyas Bereberes (Parte II)


EL NÚMERO CINCO

El más conocido entre los amuletos es el «Khamsa» o cinco, llamado vulgarmente mano de Fátima, porque representa una mano con cinco dedos -aunque también hay formas abstractas por su estilización- que es el mejor protector que se conoce contra el mal de ojo. Muchas mujeres llevan el «Khamsa» colgado del cuello. En caso de duda y para reforzar su eficacia conviene extender la propia mano con la palma hacia fuera y recitar la jaculatoria «Khamsa fi ainek» (literalmente, cinco en tus ojos). Dicen que no falla. La simbología que recoge el número cinco está muy difundida entre los musulmanes, en recuerdo de los cinco pilares del Islam: la declaración de fe, la plegaria, la limosna, el ayuno y la peregrinación a la Meca. Aun así se han encontrado representaciones de manos en grabados rupestres, por ejemplo en Tassili, y hay quien dice que es un símbolo muy anterior y que el Islam se ha limitado a apropiarse de él.


VARIEDAD ASOMBROSA

La variedad de joyas bereberes es asombrosa. Desde las fíbulas para sujetar los haik -vestidos- hasta las diademas, pendientes, collares, pectorales y pulseras de brazos y piernas. También su factura varía mucho, desde la elegante austeridad de la plata moldeada del Rif que en muchos casos incorpora monedas españolas de Isabel II o Alfonso XII y XIII, o incluso anteriores, a la abigarrada profusión de los adornos de los haratín (antiguos esclavos negros) del Valle del Draa que incorporan coral, conchas, ámbar (o copal), bolas de plata o de cristal... como queriendo así mostrar al mundo su gozosa y recuperada libertad. En la zona de Essaouira se usa la filigrana, en


la de Tiznit, el esmalte (traído de Al Andalus por los judíos) y los Aït Ouaouzguit del Alto Atlas los combinan ambos en las joyas probablemente más refinadas de todo el mundo bereber. Los Ida Ou Nadif y los Ait Segrouchen utilizaban la técnica ya hoy casi perdida del nielado (un esmalte negro compuesto de óxido de cobre, antimonio, plata y azufre), como tampoco se hacen ya desde hace doscientos años por lo menos las llamadas fíbulas de gusano (tizerzai n'tauka) fabricadas a base de soldar decenas y decenas de minúsculos tubos de plata huecos. La variedad es enorme, la lástima es que son piezas en trance de desaparición. Ni quedan apenas artesanos judíos para hacerlas ni las mujeres de las montañas parecen apreciar hoy estos diseños primitivos, ingeniosos y llenos de encanto y prefieren las joyas producidas en masa que llegan de las ciudades. Pero todavía se encuentran en zocos como los de Tiznit, Fez, Xauen, Marrakech o Essaouira, entre otros. Vale la pena echarles un vistazo antes de que desaparezcan definitivamente, pues Marruecos está en trance de cambio acelerado y ya no es el «país inmóvil y cerrado donde la vida sigue hoy igual que hace mil años» que describía Pierre Loti a fines del siglo XIX.

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